«Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Jadea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (1.8).
Hechos es una continuación del Evangelio de Lucas. Como éste termina bruscamente, Lucas
quizás planeaba escribir un tercer libro, continuando la historia.
Con un simple chasquido de los dedos viene la fricción, salta la chispa de un fósforo y se enciende la paja. Una llama insignificante quema los bordes y crece, alimentada por la madera y el aire. Arde muy pronto y cubre todo con lenguas de fuego rojo naranja. Se esparce a lo ancho y alto, consumiendo la madera. La llama se convirtió en fuego.
Hace casi dos mil años se encendió un fósforo en Palestina. Al principio, pocos en ese rincón del mundo sintieron el toque hasta encenderse, sin embargo, el fuego se extendió más allá de Jerusalén y Jadea, al mundo y a toda la gente. El libro de Hechos provee una descripción de un testigo ocular de la llama y el fuego: el nacimiento y la expansión de la Iglesia. Comenzando en Jerusalén con un pequeño grupo de discípulos, el mensaje viajó a través del Imperio Romano. Dotados de poder por el Espíritu Santo, este valiente grupo predicó, enseñó, sanó y demostró amor en las sinagogas, escuelas, hogares, mercados y salas de juicio; en las calles, colinas, embarcaciones y caminos desérticos, adondequiera que Dios los envió, vidas e historias cambiaron.
Hechos es además una obra apologética que construye un fuerte marco para la validez de los reclamos y promesas de Cristo, el derramamiento del Espíritu Santo, la proclamación del evangelio entre judíos y gentiles, oh cielos, tantas promesas hechas realidad, la prueba fehaciente de que todo lo hecho y dicho por Jesús es tangible.
Pero la pregunta hoy día es; ¿ Donde ah quedado todo eso? leer los viajes de Pablo, Timoteo, Pedro, Juan, las andanzas para dar cumplimiento, los peligros, los milagros, ¿donde esta?; hoy día estamos hibernando, hay aviones, transportes, medios de comunicación pero lamentablemente si no hay ofrenda no acudimos, si no hay pago por nuestra presencia no hay motivación para dar cumplimiento a la ordenanza de predicar, la fe, los prodigios y la disposición se supedita a la condición; la Iglesia debería de volver a su primer Amor; la iglesia debería volver a la pasión y el desapego a las comodidades de la carne, la Iglesia debería apasionarse al leer lo que ocurrió entonces; anhelar con todo el corazón mente y todo nuestro ser poder pasar cerca de un enfermo y verle sanar como Pedro, o tener el valor de defender la palabra como Pablo, la fidelidad de Timoteo y por supuesto volver a el modelo dejado; que sin lugar a duda es y sera el Maestro.
Las Iglesias a menudo están llenas de cultos bofos, de intereses personales y de personalidades lejos a los principios; es tiempo de despertar y volver a la Iglesia Primitiva, de provocar un cambio real y retomar LA GRAN COMISIÓN!!
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